jueves, 27 de noviembre de 2008

Y pasó en una esquina

Hola fisgón,

La semana pasada salí a caminar tratando de no distraerme y así poder prestar atención a las cosas que nadie atiende. Era una noche de sala llena, todas las esquinas y calles mantenían un caudal grueso de personajes heterogéneos. Me crucé con el loco de la zona quien estaba encendido dando un delirante discurso mientras buscaba con los ojos a alguna persona que estuviera dispuesta a prestarle atención. Llamaron también mi atención unos emos calentando motores y haciendo alarde de novedosos peinados con sus polos de Los Ramones y sus pines de Hello Kitty. Pero lo que me despertó gran curiosidad fue una aglomeración de gente estacionada en una esquina sin estar realizando ningún tipo de actividad, simplemente era gente parada en la esquina, sin ningún motivo aparente, sin nada que los mantuviera conectados a unos de otros, sin algún fin común ni algún líder que llevara la batuta de la inmovilización que estaban generando. Simplemente estaban parados ahí en una esquina pasando el tiempo como lo podrían haber estado haciendo en un café, una sala de casa o una banca de parque.

Mientras caminaba entre ellos cuestionando su comportamiento, se me ocurrió algo mucho más interesante. Se me ocurrió que si yo quería, sin pedir permiso ni tener brevete para estacionarme, tenía la oportunidad de no hacer ningún esfuerzo y detenerme a compartir con ellos la inactividad. Quedarme de pie en la mitad de la esquina a observar el espectáculo que había congregado a tanta gente.

Una vez elegido mi metro cuadrado, parqueé mi humanidad en la esquina donde esta la puerta principal de Ripley de Miraflores y automáticamente me zambullí en una película de historias múltiples donde las escenas estaban a disposición de la valiente cámara que las quiera registrar.

La primera imagen que llamo mi atención fue a una señora con 2 menores bastante escurridizos que habían elegido esa esquina como zona de juego. Estaban jugando a las chapadas con un grado de dificultad 6 (sobre 10) pues los otros "estacionados" conformábamos barreras naturales que no podían ser traspasadas y debían ser sorteadas por el "chapador" de turno. Es casi mágico ver como dos niños se entregan al juego como si fuera de vida o muerte cumplir con el rol que les corresponde. Saltos casi mortales, resbaladas por el suelo a la manera de los súper campeones o a las barridas de los basebolistas profesionales, una entrega y un pundonor que deja en vergüenza a la alicaída selección de fútbol nacional.

Vire 32.71 grados al lente curioso de mi cámara y me encontré con 3 chicas definiendo el plan nocturno como si fuera una sociedad o secta que tiene que presentar sustento sobre cualquier comentario vertido y luego poner dichas propuestas a votación general. Parecía que había cargos o roles dentro de esta pequeña sociedad pues una de estas chicas hablaba frenéticamente por teléfono con algún contacto que debiera, asumo yo, encontrarse en alguna otra esquina de la ciudad. Esa escena me hizo reflexionar en que yo tampoco sabia como iba a entretenerme esa noche de fin de semana, pero preferí dejar la preocupación de lado y quedarme un momento mas observando que otras imágenes me ofrecía la esquina.

La cámara hizo un giro de 180 grados y me encontré con una señora mayor sumida en la ardua tarea de acomodar (asumo yo) las barbas de su sostén sin el mas mínimo pudor. Esta imagen me hizo rápidamente cambiar de escena.

Vi a un despistado adulto mayor lleno de bolsas y paquetes buscando con la mirada alguna tabla salvadora que lo ayude a salir de aquel aprieto. No puedo confirmarlo pero juraría que soltó un par de improperios sobre su acompañante y pareciera que no fuera un fanático comprador compulsivo si no por el contrario, detestaba la situación general que lo irritaba más que un desodorante barato.

Cuando ya estaba totalmente a mis anchas bien acomodado en mi metro cuadrado, un vendedor ambulante distrajo mi atención al abalanzarse con unas tejas de chocolate y un parlamento sobre su miserable situación que terminó por interrumpir mi estado de inercia llevándome a un estado de movimiento acelerado constante al cual llamo caminar.

Ese fue el fin de mi estadía en el mundo de la inercia de esquina. Fue como salir de una dimensión detenida en el tiempo y caer de golpe a una situación general de esta masa de gente parada en una esquina cualquiera haciendo nada. Sin embargo debo confesar que fue una estadía bastante divertida y relajada que recomiendo a cualquier transeúnte agobiado por la vorágine de luces y sonidos chillones de las noches en las calles de Lima.

El fisgón.

No hay comentarios: